jueves, 2 de octubre de 2008

Los Sofistas y su influencia en la cultura occidental


LOS SOFISTAS Y SU INFLUENCIA EN LA CULTURA OCCIDENTAL

POR
HÉCTOR HORACIO CAMPERO VILLALPANDO

Partenón

Índice

Los Sofistas y su influencia en la cultura occidental
1.- Introducción.
2.- Sofística.
3.- Legado de la sofística.
4.- Protágoras de Abdera.
5.- Gorgias de Leontini.
6.- Trasímaco de Calcedonia.
7.- Hippias de Elis.
8.- Pródico de Ceos














1.- INTRODUCCIÓN

Al evocar la Atenas del siglo V a. de C. acude en enseguida a nuestra mente, nos recuerda Jacqueline Romilly (1988, Págs. 7 y 8), una multitud de grandes nombres y obras deslumbrantes, sin embargo poca gente conoce a los sofistas, no obstante que en el desarrollo tan asombroso de la época desempeñaron un papel no menos sorprendente, todo parece haberse llevado a cabo bajo su influencia y con su participación, todo el mundo reconocía su importancia, todos los escritores de la época fueron sus discípulos, todos aprendieron algo de los sofistas, los imitaron, los conocieron.

Carlos Julio Belloch, en la Historia Universal dirigida por Walter Goetz, (1958, Pág. 2) nos dice que la evolución de la cultura a orillas del Eúfrates y del Nilo no pudo rebasar cierto limite; la libertad no halló en esa regiones un asiento propio y esos pueblos no pudieron jamás superar por completo el despotismo político. Los griegos son los que han creado nuestra civilidad, a ellos les debemos los bienes que nos hace considerar la vida digna de ser vivida: la ciencia, el arte, los ideales de la libertad espiritual y política. Todas las luchas que aun hoy sostenemos por la verdad, por la libertad, por el derecho, fueron ya por los griegos luchadas y vividas.

Por eso, afirma el mismo Belloch, la historia de Grecia constituye la página más importante de la historia de la Humanidad.

“La palabra “cultura”, nos dice G. W. F. Hegel (1977, Pág. 12) es, ciertamente, una palabra un tanto vaga. Tiene, sin embargo, un sentido más o menos preciso en cuanto que aspira a que lo que el pensamiento libre sea capaz de alcanzar salga de él mismo y sea el resultado de su propia convicción; no se trata de creer, sino de indagar. Así entendida, la cultura es, en una palabra, lo que en los tiempos modernos se llama ilustración. …..Pues bien, Grecia, adquirió este tipo de cultura gracias a los sofistas, quienes enseñaron a los hombres a formarse pensamientos acerca de todo lo que estaba llamado a tener vigencia para ellos; por eso, su cultura era tanto una cultura filosófica como una formación en las normas de la elocuencia.- Para alcanzar este doble fin, los sofistas se apoyaban en el impulso que mueve al hombre a llegar a ser sabio. Llámase sabiduría, en efecto, a la capacidad del hombre para conocer qué es el poder entre los hombres y en el Estado y lo que como tal, debemos acatar; en tanto conozco este poder”

La discusión filosófica sobre cuestiones políticas y morales domina los intereses intelectuales en la Atenas del siglo V. ¿Por qué en Atenas y porque en este siglo precisamente?, se pregunta Tomás Calvo (1995, Pág. 41), la respuesta, nos dice ha de buscarse en los acontecimientos políticos de la época y muy especialmente en la democracia ateniense, en su funcionamiento, en sus logros y en sus fracasos.



ACRÓPOLIS ATENIENSE

Al respecto, Giovanni Reale y Darío Antíseri, en su Historia de la Filosofía, nos dicen que la lenta pero inexorable crisis que a la par del creciente poder del demos, del pueblo; la afluencia cada vez mayor de forasteros a la ciudades, especialmente a Atenas, la ampliación del comercio, que, superando los limites de cada una de las ciudades, las ponía a cada una en contacto con un mundo más amplio; la difusión de las experiencias y de los conocimientos de los viajeros que inevitablemente llevaba a la confrontación entre usos, costumbres y leyes completamente distintas, todos estos factores contribuyeron fuertemente al surgimiento de la problemática sofista. La crisis de la aristocracia implicó también la crisis de la areté antigua, de los valores tradicionales que precisamente eran los valores tenidos en gran estima por la aristocracia. La creciente afirmación del poder del demos y la ampliación de la posibilidad de acceder al poder a grupos más vastos, hicieron derrumbarse la convicción que la areté estuviera unida al nacimiento, es decir, que se naciera virtuoso y no que se llegara a ser tal y puso en primer plano el problema del modo como se adquiere la “virtud política”. La ruptura del estrecho cerco de la polis y el conocimiento de costumbres usos y leyes diferentes debían constituir la premisa del relativismo, produciendo la convicción de que lo que se tenía como eternamente válido fuera, al contrario, sin valor en otros ambientes y en otras circunstancias.

Carlos García Gual (1995, Pág. 89), nos dice que la teoría política de la democracia ateniense no se encuentra formulada y recogida en ningún texto fundamental. La ideología básica de esta constitución popular -que fue perfilándose en sucesivas reformas—fue el resultado de un proceso histórico que podemos recomponer bien:

ü Igualdad ante la ley,
ü Libertad de palabra,
ü Participación directa en el gobierno,
ü Tribunales populares, etc.,

Existieron como manifestación de la confianza y la solidaridad del pueblo en esas instituciones que, bajo la guía de políticos democráticos (aunque todos los políticos importantes de Atenas, hasta después de Pericles, pertenecían por su origen a familias de la aristocracia), la ciudad había conquistado. La democracia ateniense funcionaba sin una declaración expresa de sus principios fundamentales, aunque pueden encontrarse algunos textos en los que se ensalzan sus logros, como en el famoso discurso que Tucídides pone en boca de Pericles, al comienzo de la guerra del peloponeso, en el libro II de su Historia. Allí Pericles entona un verdadero himno a la grandeza espiritual de la Atenas democrática, ejemplo cívico para toda Grecia.

Y continúa diciéndonos García Gual (1995, Pág. 92), que frente a la opinión sostenida por la aristocracia de nacimiento de que la areté (que es excelencia y virtud) procede de la propia naturaleza, que ha hecho a unos de mejor linaje y a otros peores (una tesis que puede encontrarse en poetas como Teognis de Megara y Píndaro), los sofistas, en general, sostuvieron la idea democrática de que la areté se aprende, al igual que el arte de la política…..Los sofistas, que, como Protágoras, se proclamaban <>, ponían su oficio al servicio de quienes querían destacar en la política, mejorando, mediante sus enseñanzas, las capacidades retóricas y las ideas de los jóvenes que podían pagar sus clases
Miguel Ángel Ordovás, periodista, comentando Las dos muertes de Sócrates, de Ignacio García Valiño, nos comenta que: "Los sofistas eran los librepensadores de la época, más racionalista y menos fundamentalista que las ideas de Platón o Sócrates, en los que sólo hay una verdad y el resto son frivolidades". Para García Valiño el pensamiento de los sofistas, es "más moderno", y está más cercano "a este siglo XXI, con el fin de las certezas, en donde todo es apariencia y se cuestionan los límites del lenguaje.”
Por su parte, G. W. F. Hegel (1977, Pág. 8), nos dice que “el concepto que la razón había descubierto en Anaxágoras como la esencia es lo simple negativo, en lo que se hunde toda determinabilidad, todo lo que es y todo lo individual. Nada puede mantenerse ante el concepto, ya que el concepto es lo absoluto exento de todo predicado, para el que todo es pura y simplemente un momento; para él no existe, por tanto, digámoslo así, nada firme ni fijo. El concepto es, cabalmente, esta transitoriedad fluyente de Heráclito, este movimiento, esta causticidad a la que nada puede resistirse. Por tanto, el concepto, que se encuentra a sí mismo, se encuentra como el poder absoluto ante el cual todo desaparece: y, con ello, se tornan fluídas todas las cosas, se fluidifica todo lo existente, todo lo que se tenía por sólido y firme. Lo que se reputaba firme -ya se trate de la firmeza del ser natural o de la firmeza de determinados conceptos, principios, costumbres y leyes- vacila y pierde estabilidad. Como algo general, estos principios, etc., son también, indudablemente, parte del concepto, pero su generalidad no es más que su forma; su contenido se pone, empero, como algo determinado, en movimiento”.

Y continúa diciéndonos Hegel, que “este movimiento lo vemos manifestarse en los llamados sofistas, con los que aquí nos encontramos por vez primera. El nombre de sofistas se lo dieron ellos mismos, como maestros que se proponían “hacer sabios” a quienes recibían sus enseñanzas. Los sofistas son, así, lo contrario de nuestros eruditos, quienes sólo se preocupan de acumular conocimientos y de investigar lo que es y lo que ha sido, es decir, de reunir, una masa de materia empírica, y que tienen por gran ventura el descubrimiento de una nueva forma, de un nuevo gusano o de un insecto cualquiera. Nuestros eruditos son, en este sentido, mucho más inocentes que los sofistas; pero su inocencia no enriquece en lo más mínimo a la filosofía”.

Nos dice Calvo, que la democracia ateniense -la más radical, en muchos aspectos, de cuantas democracias han funcionado en la historia- vive en el ágora y por tanto en el ámbito de la palabra y del discurso. Es, esencialmente, gobierno por la palabra: por el ágora pasan cuantas medidas importantes afectan a los intereses de los atenienses, los pros y los contras de las distintas propuestas se discuten en la asamblea, y los miembros de ésta deciden y votan según la convicción que les inspiran las razones aducidas por uno u otro orador. Tal gobierno por la palabra presupone además y garantiza la libertad de expresión, la libertad de proponer y contrastar libremente opiniones contrapropuestas respecto los asuntos que afectan a la comunidad.

La democracia actuó de manera no menos eficaz en la vida espiritual de Atenas. Más que nunca fue entonces el dominio de la palabra exigencia inevitable de todo aquel que quería lograr dominio y poder o aun sólo defender con éxito su causa propia en los tribunales. En este caso, había que hablar ante una asamblea de varios centenares de jurados, que pertenecían en su mayor parte a las clases inferiores de la burguesía y no solían tener la preparación necesaria para poder seguir una demostración jurídica complicada; todo dependía, pues, de la habilidad con que las partes supieran exponer sus argumentos. Se llegó, pues, a reflexionar sobre la causa que actúa en el efecto producido por el discurso y sobre si no sería posible auxiliar a la falta de dotes naturales con el arte, o al menos desarrollar las disposiciones innatas. El gran Empédocles es uno de los primeros que se ocupó de este problema; sobre la base por él establecida se desarrolló luego su discípulo Gorgias, mientras en Siracusa, Corax y su discípulo Teisias, desenvolvieron la teoría de la oratoria forense. El discípulo de Parménides, Zenón de Elea, fue el fundador del arte de la prueba: la dialéctica. Al mismo tiempo e independientemente de él, fueron acometidos los mismos problemas en el oriente del mundo griego. Aquí, el arte de la oratoria tuvo su primer gran maestro en Protágoras, que muy pronto encontró sucesores numerosos, como Trasímaco de Calcedonia, Pródico de Ceos e Hippias de Elis, para no nombrar más que los más famosos. (Beloch, 1958, Pág. 137)

Todos estos hombres, los sofistas, continua diciéndonos Beloch, comenzaron a actuar como maestros de elocuencia y encontraron pronto numerosos alumnos. Naturalmente, no se contentaron con el estrecho campo que la propia patria podía ofrecer a su acción. Poetas, artistas y médicos habían peregrinado siempre por todo el mundo griego, en busca de fama y de honra, y los maestros del nuevo arte de la oratoria siguieron su ejemplo. No dejaron de hacer algo de reclamo; el público estaba acostumbrado a ello y no admitía otra cosa…Así como los rapsodas recitaban sus poemas vestidos con trajes suntuosos, coronada la cabeza y con el bastón en la mano, así también los maestros de la sabiduría (sofistas), como ellos se llamaban, despertaban por doquiera la atención por ser muy rebuscada su vestimenta. Para demostrar sus capacidades estaban siempre dispuestos a improvisar un discurso sobre cualquier tema y conversar en preguntas y respuestas cualesquiera y con cualquiera. Hombres como Protágoras no necesitaron ya de este anuncio, porque dondequiera que iban hallaban abiertas todas las puertas y la juventud distinguida se agolpaba en sus lecciones (Belloch, 1958, Pág. 138).

Nos comenta Sergio Pérez Cortés (2004, Pág. 229) que más allá de la enseñanza básica, la lectura vocalizada se había consolidado en los medios frecuentados por los sofistas y que según Diógenes Laercio, Protágoras y Pródico se habían ganado la vida durante un tiempo leyendo libros en público

El trabajo espiritual había sido siempre en Grecia pagado. Píndaro y Simónides se hacían pagar sus canciones. Los poetas dramáticos que obtenían la victoria en sus representaciones del teatro ateniense recibían considerables premios en dinero. Sobre todo, los médicos ganaban ya entonces mucho dinero con su arte. Naturalmente, los sofistas no dieron su enseñanza gratuitamente, los honorarios eran al principio muy elevados, cuando el nuevo arte era enseñado todavía por pocos. Más luego descendieron paulatinamente, y aun los sofistas más famosos, como Gorgias, no pasaron de un bienestar mediano, adquirido por su actividad docente (Beloch, 1958, Pág. 138).

La expresión filosófica en prosa, nos dice Pérez Cortés (2004, Pág. 193) tuvo un desarrollo en el que resultó determinante el papel de los sofistas. Éstos tenían dos rasgos sobresalientes: primero, una relación particular con el texto escrito por la precisión en el uso del lenguaje que su enseñanza exigía y luego, solían expresarse en prosa, al grado que de todos los fragmentos que restan, sólo uno presenta un breve poema de Hippias. La actividad de los sofistas era esencialmente oral, compuesta de discursos o lecturas públicas y su enseñanza orientada, con frecuencia a hablar de manera persuasiva, pero incluía la elaboración de una especie de manuales que contenía reglas destinadas a identificar las propiedades formales de los discursos, con el fin de orientar al alumno en la composición oral.



Así, por vez primera, ofrécese a la juventud griega una enseñanza superior. Hasta ahora el ideal de un joven de las mejores clases sociales consistía en obtener victorias en los juegos nacionales; para ello se pasaba casi todo el día en el gimnasio, limitando su educación espiritual a leer y escribir, a la música y al conocimiento de los principales poetas. Las doctrinas de los filósofos y matemáticos no habían salido de los círculos más estrechos y hombres de elevada posición social eran en estas cosas de una ignorancia crasa. Excepción rara el hecho de que Pericles estudiase ciencias de la naturaleza con Anáxagoras, y discutiese de cuestiones morales con Protágoras, y muchos se lo tomaban a mal.

Pericles ante el pueblo

Pero ya en la generación siguiente, el conocimiento de la retórica fue necesaria exigencia para todo el que sentase plaza de culto; y no sólo de la retórica, pues los grandes hombres de quienes partió esta revolución en la vida espiritual griega sabían muy bien que el simple adiestramiento retórico no constituye al orador. Así, Protágoras se esforzaba por dar a sus discípulos una sólida educación ética para convertirlos en hombres de carácter, capaces de dirigir su propia casa y el Estado del modo más correcto. Hippias fue todavía más lejos e introdujo la matemática, la astronomía y la música en el plan de sus enseñanzas, mientras Gorgias era el gran maestro de la retórica.



Puesto que la nueva educación se enderezaba ante todo a fines prácticos, permaneció limitada al sexo masculino. No faltaron voces que reclamasen también una mejor educación de las mujeres; pero esta exigencia no podía prevalecer fácilmente sobre los prejuicios dominantes. Sin duda había mujeres que tuvieron el valor de afrontar esos prejuicios dominantes y ponerse a la escuela de los sofistas; pero con ellos hacían peligrar su buen nombre y no podían quejarse si la opinión pública las confundía con hetairas. La más celebrada de estas mujeres emancipadas fue Aspasia de Mileto, que llegó a Atenas hacia 440 y supo encantar tan completamente a Pericles, que éste repudió a su esposa legítima e instalo a Aspasia en su casa, en donde ésta desde entonces constituyó el centro animador de la sociedad ateniense que tomaba parte en la nueva educación (Beloch, 1958, Pág. 139).

Pericles y Aspasia en el estudio de Fídias



2.- LA SOFÍSTICA

Con el término <> se designa comúnmente a un conjunto de pensadores que asumen el protagonismo intelectual en Atenas durante la segunda mitad del Siglo V, por tanto, a partir de la instauración radical y definitiva de la democracia. Esta época suele, a menudo, calificarse como ilustración griega, sugiriéndose con ello un paralelismo entre el siglo de Pericles y el movimiento ilustrado del siglo XVIII. Los sofistas son los intelectuales en la Atenas del siglo V (Calvo, 1995, Pág. 69).

La palabra <>(<>) esta emparentada con <> y <>, términos por lo común traducidos, respectivamente, como <> y <>. <> posee en griego una doble significación: de un lado, califica al que es experto en algún oficio o actividad del tipo que sea; del otro, comporta un uso más restringido referido al ámbito del saber práctico, de la conducta. En esta segunda significación, el sophós o sabio no es experto en cualquier oficio particular sino aquel que posee sabiduría, un saber general acerca de las cosas y de los asuntos humanos que se traduce en la capacidad para gobernar y para aconsejar con prudencia y acierto. En este segundo sentido eran considerados sabios los Siete Sabios de Grecia (Calvo, 1995, Pág. 69).
Por su parte Ricardo López Pérez, profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, nos dice que en sus orígenes, en la antigua Grecia, el vocablo sofista se utilizó para designar a quien se mostraba experto en alguna actividad. Podía ser la filosofía, la poesía, la música o la adivinación, pero siempre un sofista era un maestro de sabiduría, alguien que se proponía hacer sabio a quien recibiera sus enseñanzas. Hombres célebres como los míticos Siete Sabios fueron llamados sofistas, implicando con ello un profundo reconocimiento a su condición de hombres de excepción.
Otros pueblos tienen santos, nos dice López Pérez, en cambio los griegos tienen sabios, hacía notar Nietzsche. Mucho antes de que se popularizara la palabra filósofo, con su sentido de amor a la sabiduría, los hombres capaces de hacer grandes contribuciones eran sencillamente sabios, sophós, y por extensión sofistas, sophistés. Todo esto sucedía todavía a la altura de la Olimpíada 80 (mitad del siglo V). Lo que viene después es diferente: Llegan a Atenas hombres como Protágoras de Abdera, Gorgias de Leontini, Pródico de Ceos, Hippias de Elis o Trasímaco de Calcedonia, a los que habría que sumar el nombre del ateniense Antifón. Todos ellos se atribuyen el calificativo genérico de sofistas y son reconocidos por desarrollar una influyente actividad intelectual. Luego, en virtud principalmente de la intervención de Sócrates, quien vivió contemporáneamente, y Platón, quien sin conocerlos personalmente recoge esta experiencia en sus diálogos, el nombre sofista pasa a formar parte de la controversia y termina siendo una categoría infamante. Una buena palabra se fue transformando gradualmente hasta llegar a ser una expresión vergonzante e indeseable. Un término de censura según la expresión de Jenofonte.
Nos dice Will Durant (1960, Pág. 533) que constituye una objeción de peso contra quienes piensan que cabe identificar a Grecia con Atenas el hecho de que ninguno de los grandes pensadores griegos anteriores a Sócrates fue ateniense y, después de él, sólo Platón. La suerte que cupo a Anaxágoras y Sócrates revela que el conservadorismo religioso era más fuerte en Atenas que en las colonias donde, sin duda, el apartamiento geográfico había quebrantado algunos de los vínculos de la tradición. Tal vez Atenas se hubiera mantenido obscurantista e intolerante hasta la estupidez de no haber sido por la aparición y progreso de una clase mercantil cosmopolita y por la venida de los sofistas.

Los debates de la Asamblea, los juicios ante la heliaea y la necesidad, cada vez más sentida, de adquirir el habito de razonar con apariencias de lógica y de hablar con claridad y fuerza persuasiva, contribuyeron, junto con la riqueza y la curiosidad de una sociedad imperial, a suscitar la demanda de algo totalmente desconocido en la Atenas anterior a Pericles, esto es, una educación superior en literatura, oratoria, ciencia, filosofía y arte política. No se atendió a esta demanda, en un principio, mediante la organización de universidades sino por profesores ambulantes que alquilaban salas de conferencias para dar en ellas sus cursos, y luego se trasladaban a otras ciudades donde los repetían. Algunos de estos individuos, como Protágoras, se llamaban a sí mismos sofistas, es decir maestros de sabiduría. Esta designación venía a corresponde a la nuestra de “profesor universitario y no entrañó un sentido despectivo o de censura hasta que el conflicto entre la religión y la filosofía condujo a los espíritus conservadores a lanzar ataques contra los sofistas y hasta que el afán de lucro de muchos de éstos incito a Platón a denigrar su nombre haciéndolo sinónimo de venalidad, engaño y falsificación, cosa que ha perdurado hasta nuestros días. Es posible que el común de las gentes haya sentido, desde el primer momento, una vaga antipatía por aquellos profesores en vista de que, por cobrar altos honorarios por sus enseñanzas en lógica y retórica, hacían éstas únicamente accesibles a las personas de buena posición dándoles así ventaja sobre las más modestas cuando se sustanciaban causas ante los tribunales. No hay duda que los sofistas más famosos, como los más destacados profesionales de cualquier especialidad en todo tiempo, cobraban altos honorarios por sus servicios siempre que podían; mas esto, nos dice Will Durant(1960, Pág. 534), no debe extrañarnos, ya que no es sino un caso concreto de aplicación de la ley general de los precios. Protágoras y Gorgias, se dice, pedían diez mil dracmas (diez mil dólares) por la educación de un solo discípulo. Pero los sofistas menos célebres se contentaban con retribuciones moderadas; Pródico, famoso en toda Grecia, no cobraba más de uno a cincuenta dracmas por la admisión a sus cursos.

No cabe duda que el movimiento sofista, afirma Will Durant (1960, Pág. 538), merece ser conceptuado como uno de los más importantes factores de la historia de Grecia.

Debemos reconocer a Hegel, particularmente a su libro Lecciones Sobre Historia de la Filosofía, publicado en 1833, el mérito de realizar el primer gran esfuerzo por reinterpretar el papel de los sofistas. Nunca hubo razones sólidas para rebajar la experiencia educativa que encabezan los sofistas, pero es preciso admitir que sólo después de Hegel esto se vuelve más evidente. Hegel desaloja todos los lugares comunes e inaugura otra percepción respecto de los sofistas, creando para ellos una nueva dignidad. Mostrando la potencia que puede alcanzar la reflexión, la misma que les reconoce a ellos en calidad de pioneros, los convierte en los maestros de Grecia. Sostiene que llegaron para sustituir a los poetas y rapsodas, los antiguos maestros, y para crear una nueva cultura: "La necesidad de educarse por medio del pensamiento, de la reflexión, se había sentido en Grecia antes de Pericles: Se comprendía que era necesario formar a los hombres en sus ideas, enseñarlos a orientarse en las relaciones de la vida por medio del pensamiento y no solamente por oráculos o por la fuerza de la costumbre, de la pasión o del sentimiento momentáneo; no en vano el fin del Estado es siempre lo general, dentro de lo que queda encerrado lo particular. Los sofistas, al aspirar a este tipo de cultura y a su difusión, se convierten en una clase especial dedicada a la enseñanza como negocio o como oficio, es decir, como una misión, en vez de confiar ésta a las escuelas; recorren para ello, en incesante peregrinar, las ciudades de Grecia y toman a su cargo la educación y la instrucción de la juventud" (1985, tomo II, pág. 12).

Los sofistas fueron los exponentes intelectuales de su tiempo, cuya pasión por la libertad del intelecto compartieron. Como los enciclopedistas de la Francia de la Ilustración, barrieron con todo el pasado caduco, en un impulso magnífico, aunque no vivieron lo bastante o no pensaron con la debida amplitud para poder asentar instituciones nuevas en el lugar de las que la razón emancipada trataba de destruir. En toda civilización, llega un momento en que es preciso reconsiderar los viejos métodos a fin de acomodar la sociedad a los inevitables cambios económicos; los sofistas fueron el instrumento para llevar a cabo esa reconsideración, pero no suministraron dirección política capaz de realizar el reajuste. Con todo hay que acreditar el haber estimulado el afán de conocimiento y puesto de moda el pensar. De todas las partes del mundo griego llevaron a Atenas ideas y aspiraciones, elevándola a una plena conciencia y madurez filosóficas. Sin ellos, no hubiera podido brillar Sócrates, Platón ni Aristóteles, concluye Will Durant (1960, Pág. 541).

Raymond G. Gettel (1979, Pág. 90), nos dice que los sofistas basaron la autoridad política en la fuerza, porque sostenían el carácter egoísta de los hombres y la desigualdad de sus facultades. El gobierno es una consecuencia del compromiso de los fuertes para humillar a los débiles, o el acuerdo de los débiles para defenderse de los poderosos. No creían los sofistas en la naturaleza social del hombre; pensaban que el Estado descansaba sobre una base individualista y artificial y que la autoridad política era egoísta por naturaleza.
Y agrega Gettel, los sofistas fueron los primeros filósofos individualistas, y sostuvieron la idea de que el Estado se forma mediante un pacto social. Establecieron también una separación entre el derecho y la moral, sosteniendo que la ley, en cuanto derivación de la autoridad política, coacciona y obliga a los hombres, en muchos casos, a obrar abiertamente, contra los dictados de la razón. Aunque, a primera vista pudieran parecer desmoralizadoras, en política, sus doctrinas, los sofistas sostuvieron que la razón individual es la fuente de todo conocimiento, destruyeron los viejos dogmas y prepararon el camino para las doctrinas de Sócrates, Platón y Aristóteles.

Barbara Cassin (2008, Pág. 12) nos dice: “La sofística es el movimiento de pensamiento que, en la aurora presocrática de la filosofía, sedujo y escandalizó a toda Grecia. Hegel califica a los primeros sofistas, en la Atenas de Pericles, de “maestros de Grecia”:en vez de meditar sobre el ser como los eleatas, o sobre la naturaleza como los físicos de Jonia, deciden ser educadores profesionales, extranjeros itinerantes que comercian con su sabiduría, su cultura, sus competencias, tal cual lo hacen las hetairas con sus encantos. Son, al mismo tiempo, hombres de poder que saben como persuadir a los jueces, volcar la opinión de una asamblea, llevar a buen puerto una embajada, dar sus leyes a una nueva ciudad, instruir en la democracia; en síntesis, hacer obra política. De manera que la sofística no es sólo la piedra que rompe los escaparates de la regulación filosófica del lenguaje; o, de serlo, habrá que revalorizar singularmente el sentido, el interés, el impacto de la rotura”.

Por su parte Werner Jaeger (1957, Pág. 273) nos dice que la sofística no es un movimiento científico, sino la invasión del espíritu de la antigua física e historia de los jónicos por otros intereses de la vida y ante todo por los problemas pedagógicos y sociales que surgieron a consecuencia de la transformación del estado económico y social.

Se ha considerado a los sofistas, afirma Jaeger, como los fundadores de la ciencia de la educación. En, efecto, dice, los sofistas pusieron los fundamentos de la pedagogía y la formación intelectual sigue en gran parte, todavía hoy, los mismos senderos.

Al respecto, por su parte Leticia Flores Farfán (2006, Pág. 211), cita a Ángel J. Cappelletti cuando dice que “La sofística griega viene a ser así, en su esencia, una teoría crítica de la sociedad y la cultura y no exclusivamente una nueva pedagogía, un método de persuasión, un expediente de poder, un arte erístico o una miscelánea de ingenio y erudición”.

Nos dice Carlos García Gual (1995, Pág. 92), que frente a la opinión sostenida por la aristocracia de nacimiento de que la areté (que es excelencia y virtud) procede de la propia naturaleza, que ha hecho a unos de mejor linaje y a otros peores (una tesis que puede encontrarse en poetas como Teognis y Píndaro), los sofistas, en general, sostuvieron la idea democrática de que la areté se aprende, al igual que el areté de la política. Los sofistas, que como Protágoras, se proclamaban <> (didaskaloi aretês), ponían su oficio al servicio de quienes querían destacar en la política, mejorando, mediante sus enseñanzas, las capacidades retóricas y las ideas de los jóvenes que podían pagar sus clases. Estos intelectuales venidos de muy distintas partes del mundo griego encontraron en la Atenas ilustrada de la época de Pericles un espacio apropiado. La demanda de una educación superior, que los sofistas venían a satisfacer, encaja en ese ambiente de la ciudad próspera donde la maestría en el dominio de la palabra y la persuasión es un instrumento definitivo para el triunfo, mucho más que la familia noble o las riquezas.

No es nada extraño, afirma el propio García Gual, que los sofistas fueran, en general, partidarios de la democracia y, como en el caso de Protágoras, defensores de su ideología, en tanto Píndaro de Tebas, cantor de los vencedores de los Juegos, que tenía sus mejores clientes en las familias de los nobles de la Hélade, exprese los ideales comprometidos de la aristocracia, ideales no de un Estado, sino de una clase social.

3.- LEGADO DE LA SOFÍSTICA

La aparición de los sofistas produjo en la vida espiritual griega una revolución, que sobrevino tan profunda como rápida e incomparable con ningún otro acontecimiento de la historia universal. La antigua generación, que a mediados del siglo había alcanzado la edad varonil, oponíase, salvo escasas excepciones, a la nueva educación o la veía con indiferencia, mientras que la juventud se entregaba en su gran mayoría a la novedad. Prodújose, pues, en esta época una profunda división en el mundo griego. Presentábanse frente a frente dos concepciones casi sin ningún punto de contacto. Sófocles y Eurípides han escrito simultáneamente para la escuela ateniense; la diferencia de edad entre ambos no llegaba a veinte años; y sin embargo, un abismo los separa; el más viejo arraigaba con todo su pensamiento en el pasado, mientras el más joven daba expresión a ideas que tenían por suyo el futuro. Los dramas de Eurípides son la transformación de la nueva educación. Eurípides llevó a la escena los problemas que se trataban en el círculo de los sofistas, sin tener en cuenta los prejuicios de la gran masa incapaz de seguir sus pensamientos, y también puso el arte nuevo de la retórica al servicio de su musa. De esta suerte contribuyó a la propagación de los nuevos ideales quizá más todavía que los famosos sofistas de su época. (Beloch, 1958, Pág. 139).

Semejante a la que media entre los dos grandes trágicos es la relación que existe entre los dos grandes historiadores de esta época. Tucídides es unos veinte años más joven que Heródoto; pero paso por la escuela de la educación sofística. En él la divinidad no representa ya ningún papel; para él, la Historia es simplemente un producto de factores éticos y políticos. En lugar de la exposición graciosa e ingenua de Heródoto, aparece un estilo acerado, y si se quiere algo amanerado, como el que enseñaban los sofistas. Además, Tucídides tiene sobre Heródoto la comprensión de los asuntos políticos y militares. Perteneciente a una distinguida de Atenas, llegó al cargo supremo de estratega; pero un fracaso militar le obligó a tomar el camino del destierro, en donde permaneció veinte años.




SÓFOCLES EURÍPIDES


Este ocio involuntario lo utilizó para la composición de su obra histórica sobre la gran guerra entre Atenas y los peloponesios, guerra que para él mismo había sido tan desastrosa. Sus relaciones ponían a su disposición excelente material de datos y Tucídides lo elaboró con sana crítica y, en conjunto, también con imparcialidad; nadie puede censurarle, porque de vez en cuando despunten, a pesar suyo, sus simpatías y antipatías personales; al fin estaba escribiendo la historia de su propio tiempo. Tiene, pues, Tucídides, la gloria de haber fundado la historiografía científica; en toda la literatura historiográfica, que se ha conservado de la antigüedad, su obra ocupa el primer lugar. Es al mismo tiempo también la única gran obra del período sofístico que ha llegado hasta nosotros. Y así nos vemos impelidos a estimar como propio mérito del autor lo que acaso debía a la corriente de su tiempo por el cual era empujado y en cuyo centro estaba situado (Beloch, 1958, Pág. 140).


HERÓDOTO Y TUCÍDIDES


No sólo la Historia como ciencia, sino también la ciencia del lenguaje fue creación de la sofística. La ocupación con la retórica hubo de conducir espontáneamente a meditar acerca de la estructura y del origen del lenguaje, y así, ya Protágoras inicia estas investigaciones. Protágoras fue el primero que distinguió las partes de la oración, los géneros, los nombres, los tiempos y los modos de los verbos. También fue Protágoras el que meditó sobre el problema de si el lenguaje es natural en el hombre o ha sido creado por el espíritu humano, decidiéndose por esta última solución, de la cual derivaba el derecho a rectificar las anomalías en el uso del idioma. Esto condujo también al estudio de la literatura y, sobre todo, a la explicación y crítica de los poemas homéricos. Hacia fines del siglo Glauco de Región escribió la primera historia de la literatura (Beloch, 1958, Pág. 140).

Por esta misma época comenzó a formarse una considerable literatura técnica. La gran colección de obras sobre medicina que nos ha sido transmitida bajo el nombre de Hipócrates formosé en el curso del siglo V, y principalmente en su segunda mitad, en parte también bajo la influencia de la sofística (Beloch, 1958, Pág. 140).

Jacqueline Romilly (1988, Págs. 237 y sigts.), considera que los sofistas fueron los primeros en impartir, con vistas a una vida práctica, una enseñanza intelectual, como la que se imparte todavía en la actualidad. Le dieron la forma de una enseñanza por la retórica: esto también era nuevo, y causó escándalo; no obstante, también ha durado hasta nuestros días. Fundaron los procedimientos de la retórica, procedimientos de estilo y de composición, pero también procedimientos de razonamiento y puesta a punto de cierta lógica, a la sazón en sus inicios. Para aprender a hablar mejor, se interrogaron sobre el lenguaje e intentaron poner orden en el estudio, hasta entonces desconocido de la gramática. Para alimentar a los oradores de lugares comunes, lanzaron reflexiones sobre el hombre, sobre su psicología, sobre sus reacciones previsibles en las diversas circunstancias, sobre la estrategia, sobre la política. También captaron y desarrollaron los recursos ofrecidos por el estudio comparado de las sociedades. Todo se convirtió en tejne entre sus manos; y todas estas tejnai, o ciencias humanas, que eran nuevas, son las que la época moderna ha tomado y profundizado. Todo, lo probaron, crearon e inauguraron. Esta sacudida sin precedentes tuvo incluso diversas consecuencias molestas para ellos.

En el terreno crítico, los sofistas son los primeros en dedicarse a una crítica radical de todas las creencias en nombre de la razón metódica y exigente. Son los primeros en tratar de pensar el mundo y la vida en función del hombre en solitario.

Son los primeros en hacer de la relatividad de los conocimientos un principio fundamental y en abrir los caminos no solamente del pensamiento libre, sino de la duda absoluta en todo lo que es metafísica, religión o moral.

A partir de los sofistas, la filosofía ya no revela: esta obligada a razonar y a probar.

En resumen, concluye Jacqueline Romilly, ante esta importancia del grupo político y de la vida en común, iniciaron, después de todas las tejnai ya citadas, una filosofía política que alimentó las de Platón y Aristóteles y después, el pensamiento político subsiguiente, desde Cicerón hasta nuestros días

4.- PROTÁGORAS DE ABDERA.
“El hombre es la medida de todas las cosas,
de las que son porque son y de las que no son
porque no son”.
Protágoras
Nace en Abdera, colonia jónica en la costa de Tracia en 485 a. C. y muere en un naufragio en 411 a. C., cuando regresaba a su tierra natal.
Se lo tenía por discípulo de Demócrito,[] aunque Filostrato cuenta que también se habría relacionado con magos de Persia en los tiempos de la expedición del rey Jerjes contra Grecia. Se decía que en su juventud había trabajado como cargador, inventando un cojín llamado tule que facilitaba el transporte de la carga. Según Diógenes Laercio (1998, Pág. 236) Demócrito quedó tan impresionado con el ingenio del joven Protágoras que manifestó en dicho invento, que decidió adoptarlo como discípulo.
[
En el diálogo “Protágoras”, se encuentra un largo discurso que Platón le hace pronunciar a nuestro sofista, y que presenta una teoría muy firme en defensa de la justicia: muestra que sólo ciertos valores morales permiten el bienestar del hombre, haciéndole posible la vida en sociedad. Con esta idea, toda la reflexión sofística cambia de sentido: lo que ya no se justificaba con la referencia a los dioses o lo absoluto encuentra de improviso todo su premio en función, esta vez, de la vida humana y del interés de los hombres.
La originalidad de Protágoras, nos dice Jacqueline Romilly (1988, Pág. 168), comparada con los otros, salta a la vista: de toda la serie, es el único que no hace depender la evolución de la humanidad de las artes y la técnica sino que introduce en la historia del hombre dos tiempos sucesivos: primero llegan las artes y la técnica, otorgadas por Prometeo, y después las virtudes políticas, donadas por Zeus.
Esta doble intervención, continúa Romilly, es necesaria, según Protágoras, por el hecho de que las artes y la técnica no bastan para corregir la confusión y la bestialidad de los orígenes: al contrario, dejan al hombre bajo la amenaza de un aniquilamiento completo, debido todo ello a las luchas contra los animales y a las luchas contra los otros hombres. Protágoras, siempre según Platón, lo dice con elocuencia: los hombres no tienen ciudades; son destruidos por los animales; <>.
Unirse y formar ciudades: ésta fue sin duda la originalidad de los hombres y la obligación que les imponía su debilidad. Para otros autores, el principio de esta agrupación no pareció plantear problemas; Sófocles había hablado de <>; Isócrates evocaría a los hombres uniéndose gracias a la persuasión; gracias a ella, escribe, <>; incluso Platón mostraría en La República a los hombres agrupándose en ciudades a fin de satisfacer sus necesidades, lo cual no podían hacer individualmente. Pero había una primera condición para hacer posibles y duraderos estos agrupamientos, que sólo Protágoras dedujo. Sólo el distinguió dos tiempos en la evolución, separando las artes y la técnica de las virtudes políticas para asegurar así a estas últimas un papel privilegiado y decisivo.
La originalidad de Protágoras, nos dice Romilly, en relación con otros textos que se remontan al nacimiento de las sociedades reside enteramente en este papel dado a las virtudes políticas.
Protágoras indica claramente el papel de las virtudes políticas: <<>>
Es más, Zeus hace que estos sentimientos nos sean dados a todos:<< title="Justicia" href="http://symploke.trujaman.org/index.php?title=Justicia">justicia sería para Trasímaco el derecho del más fuerte. Así, los valores del poderoso son ajenos a los valores de cualquier ciudadano común, y éste último está constreñido a aceptar por justo lo injusto del Poderoso, puesto que:
Dice Trasímaco a Sócrates en La República de Platón (1984, Pág. 443): «Cada gobierno dicta las leyes en su propio provecho: la democracia, leyes democráticas; la tiranía, leyes tiránicas; e igualmente los demás. Una vez dictadas, establecen que lo justo para los súbditos es lo que es útil para ellos, y castigan a quien no lo acepta así, como si fuera un hombre injusto y violador de la ley. Y es esto, precisamente, querido mío, lo que yo digo, Que en todos los Estados siempre es justo lo mismo: lo que es útil al gobierno establecido. Y éste es el más fuerte, de donde se deduce, para quien razone correctamente, que en todas partes se identifica lo justo con lo que es útil para el más fuerte»
Los Estados justifican sus abusos de poder a través de las leyes, de tal manera que en nombre de la justicia se termina justificando dicho abuso.
A Trasímaco no le interesa lo que debería ser la justicia sino lo que realmente es. En este sentido, su desenmascaramiento de la hipocresía hace patente la pérdida de sentido de un ideal de justicia que vaya más allá de los egoísmos e intereses particulares y mezquinos.
Por lo tanto, lo que denuncia este sofista es que, debajo de todo el tejemaneje del poder, nos encontramos siempre con el dominio del fuerte sobre el débil.

Salvador Giner (1978, Pág. 26) nos dice que Trasímaco, afirma, cual los emisarios griegos que fueron a Melos, presentados por Tucídides que <>. Esto es como dice un autor, <>. La ley declara que es justo aquello que el poder y la voluntad del Estado que las promulga quieren.

La muerte de Trasímaco es un enigma. Posiblemente se suicidó, pasado el año 339 a. de C.


7.- HIPIAS DE ELIS
“-- Mucho ¡Por Zeus!, pues muchos que
hablan de justicia obran injustamente, pero,
obrando con justicia, nadie podría ser injusto”.
Hippias

Nos dice José Barrio Gutiérrez (1980, Pág. 28), que pese al renombre que alcanzó Hippias en la antigüedad, son muy escasos los datos que conocemos sobre su vida. Sabemos que era natural de Elis. La fecha de su nacimiento debe fijarse hacia el 443 a. de C. La de su muerte hacia el 343, a. de C.

Su padre se llamaba Diopites. Tomó como mujer a Platanes, de la que tuvo tres hijos, el más joven, Afareo, destacó como orador y poeta trágico.

Viajero infatigable, Hippias recorrió gran parte de Grecia e incluso de las colonias griegas, llegando hasta Sicilia. Al igual que Gorgias y Pródico, hizo muchas embajadas a favor de su ciudad natal, en especial ante los lacedemonios, que, al parecer, gustaban que el sofista les hablase sobre cuestiones de índole política. Fue honrado por numerosísimas ciudades griegas. Su oratoria debió ser excelente y obtuvo resonantes éxitos en Olimpia, Esparta y en Atenas.

Hippias acepto la distinción entre physis y nómos propia de la sofística, y defendió a la naturaleza frente a los nómoi.

La perfección de su palabra se debió, en gran parte a su extraordinaria memoria y a la riqueza y variedad de sus conocimientos en muy diversas materias, sabía geometría, astronomía, música, rítmica, pintura, escultura, política, ética, etc., todo ello le permitió ofrecerse a contestar cualquier tema que quisieran preguntarle, lo que sugestionó a todos los griegos.
Hippias fue retratado por Platón en dos de sus diálogos, Hippias mayor e Hippias menor y tiene una aparición breve en el Protágoras. Platón le presenta como el creador de la diferenciación entre lo bueno por naturaleza y lo bueno por ley, mientras que lo bueno por naturaleza siempre es válido, lo bueno por ley está sometido a la imperfección humana. Predicaba el ideal de la autosuficiencia del individuo, para lo que enseñaba métodos memorísticos a sus oyentes. Hipias de Ellis fue el descubridor de la cuadratriz, empleada para buscar la solución a dos de los tres problemas de la geometría griega, la trisectriz del ángulo y la cuadratura del círculo.
7.- PRÓDICO DE CEOS.

“Los antiguos consideraron como dioses el Sol, la Luna, los ríos, las fuentes
y en general todas aquellas
cosas que son útiles para
nuestra vida, en la medida en
que la ayudan, igual que
los egipcios deificaban al río Nilo,
y, añade que por esta razón
el pan fue llamado Deméter, el agua
Poseidón, el fuego Hefestos,
y así sucesivamente cada cosa que era útil.”
Pródico


Nació en esa isla griega, Ceos, que pertenece al archipiélago de las Cicladas, en el mar Egeo, situada muy cerca de la península de Ática y de Atenas, Parece que nació entre los años 470 y 460, a. de C., desconociéndose la fecha de su muerte, aunque según Suidas, murió en Atenas condenado a beber la cicuta tras un proceso en el que habría sido acusado de corromper a la juventud.

Pródico fue discípulo de Protágoras de Abdera. Fue muy considerado por sus compatriotas, lo que les decidió a enviarle con distintas embajadas y misiones de carácter público. En una de ellas, y precisamente en Atenas, pronuncio ante la Asamblea Popular un discurso que le valió gran renombre, del que indudablemente se sirvió para su actividad educadora entre la juventud. Por el testimonio de Platón sabemos que obtuvo grandes éxitos y, efectivamente, entre sus discípulos se contaron algunos de los nombre más preclaros de Grecia, tales como el de Tucídides, Eurípides e Isócrates.

Pródico de Ceos llegó a ser célebre por el descubrimiento de la técnica de la sinonímica, es decir la búsqueda de los términos sinónimos y de los diversos matices de sus significados, lo que permitía la elaboración de discursos sutiles y convincentes en los debates públicos

Al igual que los demás sofistas, practicó la enseñanza retribuida, lo que motivó la dura crítica de Platón. Parece ser que esta enseñanza era graduada, siendo las lecciones progresivamente más densas y complejas a medida que el discípulo iba adquiriendo mayor número de conocimientos. Los honorarios exigidos en los distintos grados de enseñanza iban en progresión creciente de acuerdo con la menor o mayor profundidad de los mismos, y este escalonamiento en la retribución sirvió de motivo para la sátira platónica y aristotélica (Cratilo y Retórica).

La valoración que los antiguos hicieron de Pródico ha sido muy diversa. En general, se le estimó más que a los restantes sofistas.

Se considera que escribió las siguientes obras:

1.- “Sobre la naturaleza”.
2.- “Sobre la naturaleza del hombre.”
3.- “Las Estaciones” (“Hórai”).
4.- “Ensayo sobre la Sinonimia”.



8.- CONCLUSIONES

1.- Los sofistas fueron los primeros en impartir, con vistas a una vida práctica, una enseñanza intelectual

2.- Le dieron la forma de una enseñanza por la retórica.

3.- Eurípides llevó a la escena los problemas que se trataban en el círculo de los sofistas, y también puso el arte nuevo de la retórica al servicio de su musa. De esta suerte contribuyó a la propagación de los nuevos ideales quizá más todavía que los famosos sofistas de su época.

4.- La influencia sobreTucídides de la sofística lo lleva a la gloria de que funde la historiografía científica.

5.- La ciencia del lenguaje fue creación de la sofística.

6.- La gran colección de obras sobre medicina que nos ha sido transmitida bajo el nombre de Hipócrates formosé en el curso del siglo V, y principalmente en su segunda mitad, en parte también bajo la influencia de la sofística.

7.- La filosofía política de los sofistas alimentó las de Platón y Aristóteles y después, el pensamiento político subsiguiente, desde Cicerón hasta nuestros días








LOS SOFISTAS
EL HOMBRE Y LA VIRTUD

¿Cuál es el bien y el mal para el hombre? ¿Cuál es la virtud para el hombre?

Protágoras
-El individuo es “la medida de todas las Es la fuerza de la razón con la que se puede
cosas” por lo tanto del bien y del mal, de hacer más fuerte el argumento más débil (=antilogía)
lo verdadero y lo falso.
-Pero está unido al criterio de utilidad.
Esta es la primera forma del relativismo Y buscar el bien de la ciudad


GORGIAS
-No existe ni bien ni mal, ni verdadero ni Es la retórica, es decir, la capacidad
falso porque nada existe y si existiera no de usar la palabra y el discurso y de
sería cognoscible y, si fuera cognoscible, sugestión y persuasión para los propios
no sería expresable. fines.

Esta es la primera forma del nihilismo.

PRÓDICO DE CEOS
-Interpreta en clave utilitarista la moral Es el conocimiento del arte de la sinonímica
Y en particular el concepto del bien. que permite encontrar los sinónimos para
hacer el discurso más conveniente.

Hippias y Antifonte
-Verdad (y bien) es lo que está conforme a la
ley natural.

-Opinión es lo que está conforme a la ley
positiva. Vivir de acuerdo con la naturaleza.

Mientras la primera ofrece un referente ético
sólido y lleva al igualitarismo, la segunda
lleva a la discriminación entre los hombres.

Nacen los conceptos de ley natural y ley
positiva.

Los Ergotistas y los Sofistas-Políticos

-Desacralizan la religión.
La voluntad del más fuerte que se
-Hacen uso instrumental e ideológico de la impone sobre el más débil.
retórica con miras a la conquista del poder.

-Deforman la técnica antigua de la antilogía Cuadro tomado de Historia de la Filosofía,
para construir sofismas capciosos
De Giovanni Reale y Darío Antíseri


.



BIBLIOGRAFÍA

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Beloch, Julio, Historia de Grecia, en Historia Universal, dirigida por Walter Goetz, Ed. Espasa- Calpe, Madrid, 1959, Tomo II.

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http://www.cibernous.com/autores/sofistas/teoria/trasimaco.html

García Gual, Carlos La Grecia Antigua, en Historia de la Teoría Política, compilación de Fernado Vallespín, Ed. Alianza Editorial, Madrid, 1995, Tomo I.

Gettel, Raymond G. Historia de la Doctrinas Políticas, Editora Nacional, México, 1979.

Giner, Salvador Historia del Pensamiento Social, Ed. Ariel, Barcelona, 1978.

Hegel, G. W. F. Lecciones sobre la Historia de la Filosofía II, Ed. F.C.E., México, 1977

López Pérez, Ricardo Los sofistas y el consensualismo, http://www.galeon.com/filoesp/Akademos/contexts/rlp_sycn.ttm

Pérez Cortés, Sergio Palabras de Filósofos, Ed. Siglo XXI, México 2004.

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Romilly, Jacqueline, Los Grandes Sofistas en la Atenas de Pericles, Ed. Seix-Barral, Barcelona, 1997.

Reale, Giovanni y Antíseri, Darío, Historia de la Filosofía, Ed. Universidad Pedagógica, Nacional

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http://symploke.trujaman.org/index.php?title=Hippias
http://es.wikipedia.org/wiki/Hipias_de_Élide